Carta en transición: No trates de entenderlo

Estoy sentada en el porche de mi abuela. Es principios de junio, los pájaros cantan como en las películas y hay una ligera brisa de verano que contrasta bien con las moscas que pululan a mi alrededor. He descansado, pero sigo con poca batería, tanto en mi ordenador como en mi mente.

 

Hace unos días, toda la familia se reunió para celebrar el 70 aniversario de mis abuelos. Fue un evento bonito. Mi padre dirigió la ceremonia y mis abuelos renovaron sus votos en la misma capilla donde se casaron, mi abuelo con su mismo traje y mi abuela con sus mismos pendientes de boda. El pianista que tocó en su boda tocó dos canciones y más de 100 personas asistieron a la recepción después. Es especial ser parte de algo que comenzó mucho antes de que yo siquiera fuera un pensamiento. Pienso en los pasos, decisiones y cambios que han ocurrido en sus 70 años juntos. Las casas que construyeron, la familia que formaron, los negocios que desarrollaron, los lugares a los que viajaron… ¿Cómo es acumular siete décadas de vida con otra persona? ¿Cómo es basar tu vida en un lugar y desde ese lugar crear toda una vida?

Mis pensamientos me llevan de vuelta al porche donde escribo esto. Veo el estanque al otro lado del patio trasero que está lleno de agua, los pinos altos que plantó el abuelo, el molino de viento metálico que se quedará quieto hasta que llegue la lluvia de verano mañana. Pienso en las luciérnagas que atrapé de niña en el jardín y en los inviernos en los que mis hermanos y yo nos tirábamos en trineo por la colina de nieve. Aquí crecimos, esporádicamente; aunque también crecimos en muchos otros lugares. 

Sigo fragmentando mi vida en sitios. Después de un año en Texas, vuelvo a mi hogar en Madrid, España. La decisión fue dura, estresante y necesaria. Dedicaré otro escrito a ello en algún momento. Pero hasta que haga la mudanza la semana que viene, estoy aquí en Iowa, en uno de mis otros hogares.

Sigo tratando de entender los entresijos de lo que ha sido mi vida hasta ahora, entre tres países, siete ciudades y alrededor de una docena de mudanzas. Estuve en la boda de una amiga en México hace unos meses y me di cuenta que esta realidad siempre será algo diferente, algo a lo que se me pide que responda, algo que se me pide que explique. El esposo de mi amiga es francés, así que habían europeos, latinos y un par de estadounidenses en la boda. Alguien me preguntó por qué sabía hablar inglés tan bien si yo era de España, y le expliqué que mi padre es estadounidense. Él asumió que mi madre era española y yo corregí: “Es brasileña”. Él y el grupo que nos rodeaba se rieron y soltó: “¡Tu vida es una locura!” A lo que me reí y también asentí con la cabeza. Me acuerdo de que sí, es un poco diferente. 

 

Amo la vida que tengo, incluso si se rompe, se dobla y se estira a menudo por el mapa. Me gusta entender distintos modos de pensar, poder expresarme en diferentes idiomas, elegir qué cosas de cada cultura quiero incorporar a mi vida diaria. Pero las cosas también pueden ser complicadas. Detrás de los viajes y vivencias, están las decisiones duras y estresantes, el sentimiento de desarraigo y su consecuente soledad, el duelo de las despedidas, el cansancio emocional y las luchas con la salud mental. Estoy aprendiendo a amar las partes difíciles tanto como las buenas. 

La noche antes de irme de Texas, me costó quedarme dormida pensando en ello.  La soledad trata de colarse y quedarse cuando eso sucede. Sé que no estoy sola en este cambio, pero a veces me siento así.

Esta vez, sin embargo, me quedé dormida con una idea simple y reconfortante: 

“No trates de entenderlo. Solo compártelo.” 

Sólo comparte este extraño espacio, esta vida entre hogares.

Así comienzo estas cartas en transición.

Para tí, para mí, y para cualquier otro que se encuentre en este “entremedio”. Espero que me acompañes.